La zarza ardiente

Es que Dios no me ha dicho…

Cuando he compartido de este Camino (búsqueda de nuestras Raíces) con personas cristianas, me he hallado con el argumento: Dios no me ha dicho que guarde la Toráh. ¿Acaso Yehováh tiene que hablar a cada persona para que ésta decida obedecerle?

Quienes estamos haciendo la jornada buscando agradar a nuestro Padre, anhelamos con frecuencia escuchar su voz de manera audible, tal como la escuchó Moshé, o Eliyahu (Elías) o cualquiera otro de los profetas. Sin embargo esto no sucede.

La Parashá de esta semana, nos relata la vida de Yosef el hijo de Ya’akov, y curiosamente no encontramos registros de que Yehováh se hubiera revelado ni siquiera una vez a él o de que Yehováh y Yosef hubieran mantenido una conversación por lo menos. Todo lo que sabemos es que Yosef vivió de acuerdo a unos principios seguramente aprendidos de su padre Yaaqov y su abuelo Yitsjak.

Yosef es un buen modelo para nosotros, por cuanto no dependió de experiencias sobrenaturales o “paranormales” como las llamarían muchos hoy, para hacer lo correcto. Le bastó el conocimiento que tenía de lo que se esperaba de él, desde el punto de vista ético y moral.

A diferencia de Yosef quien solo dependía de su memoria, nosotros tenemos en nuestras manos las Escrituras, seguramente en más de una versión, en nuestra propia lengua y contamos con herramientas que nos permiten consultar significados originales de palabras en las Escrituras. ¿Es esto suficiente?

Si en realidad hemos hallado al Mesías, nuestra vida tiene que haber sido transformada. Es imposible que cualquier ser humano tenga un encuentro con el Señor del Universo, y su vida siga como si tan solo se hubiera encontrado con un amigo! Quienes hemos tenido tal experiencia, sabemos que nuestra vida fue dividida en dos: una antes de reconocer a Yeshúa como la máxima autoridad en nuestra vida y otra después de haberlo hecho. Si no tienes claras memorias al respecto, debes conversar con Yehováh y decidir reconocerlo como tal; pues de otra manera, aunque seas fiel asistente a cualquier grupo religioso, estarás jugando a la religión y nada más.

Así es que por nuestra propia experiencia, validamos la autenticidad de la Palabra Escrita, pues hemos sido transformados por ella. De alguna manera interior, “conocemos” que esa Palabra es la Verdad y no necesitamos de argumentos para convencernos de que debemos obedecerla; sentimos un hambre insaciable por tener más de ella, y sufrimos porque nuestra obediencia aún no es perfecta. Dicho de otra manera, tenemos “hambre y sed de justicia” (Mateo 5:6).

¿Por qué Yehováh no nos habla de manera audible?

Una respuesta sencilla es: Porque no es un requisito oir  su voz para obedecer lo que ya nos ha sido revelado en las Escrituras! Si realmente creemos que éstas son Su Palabra, ¿qué necesidad tenemos de que se nos repita lo mismo de manera audible? ¿O qué necesidad de que nos diga de manera explícita que lo que está allí escrito es aplicable a nosotros también?

La obediencia requiere de FE. Creemos que Yehováh habló por medio de los profetas a nuestros padres; creemos que Él los sacó de Egipto; creemos que hizo un pacto con ellos; creemos que Yeshúa es el modelo de la vida que debemos vivir; creemos que somos descendencia de Yisrael; creemos que Yehováh está en control de todo y que tiene un plan eterno en el cual tenemos participación. Y por supuesto creemos que si fuera necesario, que Yehováh nos comisione para una tarea particular, entonces nos hablaría quizás de manera audible, para asegurarse de que entendamos lo que espera que hagamos y lo llevemos a cabo.

Mientras tanto, como Yosef, solo necesitamos atender a lo que nos ha sido revelado en Su Palabra, apegándonos a Sus Instrucciones – Toráh – y viviendo cada día de manera que estemos asemejándonos más a Su carácter mientras crecemos en obediencia.

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