Devarim 10:1 – 11:25
Nombre de la Parashá: Pesal Lekhá – Corta tú
Lecturas Complementarias: 2Reyes 13:23 | Colosenses 3:1-25; 4:1-6
En aquel tiempo me dijo Yehováh: Lábrate dos tablas de piedra, como las primeras, y sube a mí al monte, y hazte un arca de madera. Y Yo escribiré sobre esas tablas las palabras que había sobre las primeras tablas que quebraste, y las pondrás en el arca. Deuteronomio 10:1–2
Es notable que ahora Yehováh le ordena a Moshé labrar o preparar las segundas tablas. ¿Acaso no podía Yehováh haberlas hecho Él mismo otra vez? ¿por qué debe hacerlas Moshé? Las primeras fueron entregadas por iniciativa de Yehováh, no porque Moshé se las solicitara. Ahora que este, las había quebrado en representación de que el pueblo había quebrantado el pacto recién hecho, correspondía a Moshé hacer las tablas de nuevo en representación del pueblo, para expresar su interés de tener los Mandamientos de Yehováh.
Esto es una figura o sombra de lo que hacemos cuando disponemos nuestro corazón a seguir a Yeshúa nuestro Mesías. Si bien nacemos en una “cultura cristiana”, el mero hecho de ser parte de ella no nos habilita como el pueblo de Yehováh. Es necesario que tomemos nosotros mismos la decisión de someter nuestras vidas al Mesías, “preparando así las tablas” de nuestro corazón para que su Toráh sea escrita en ellas. Entonces quienes tomamos esa decisión experimentamos una transformación de nuestra percepción de la vida, y nuestro estándar de justicia sube al nivel del carácter de Yehováh de manera que ya no estamos satisfechos con la mediocridad, ni podemos tolerar ni deleitarnos en la injusticia o el pecado, pues ahora tenemos la Toráh escrita en el corazón y ella se convierte en el GPS de nuestras vidas.
El plan original
…sino que me dijo Yehováh: ¡Levántate! Ponte en marcha delante del pueblo para que entren y posean la tierra que juré que les daría a sus padres. Deuteronomio 10:11
Este verso nos muestra que originalmente, el propósito era partir de allí y entrar a poseer la tierra. Aún no había sucedido el asunto de los doce espías; y si no los hubiesen enviado, se hubieran evitado los 40 años de peregrinaje por el desierto.
¿Muy difícil?
Y ahora Yisrael, ¿qué te pide Yehováh tu Dios, sino que temas a Yehováh tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Yehováh tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, guardando los mandamientos de Yehováh y sus estatutos que te prescribo hoy para provecho tuyo? Deuteronomio 10:12–13
En estos versos aparecen cuatro cosas que Yehováh espera de su pueblo. No los llamaríamos “mandamientos” sino más bien “las expectaciones” de Yehováh, respecto de nosotros. Es lo que un Padre anhela ver en sus hijos. Si llamamos a estos cuatro aspectos: “mandamientos” los ponemos en una categoría de cosas que “tenemos que hacer“, cuando debieran ser la respuesta natural o espontánea de un corazón agradecido que ama a su Padre.
Circuncidad el corazón
Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz, porque Yehováh vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y terrible, que no hace acepción de personas ni admite soborno, que hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al extranjero, dándole pan y vestido. Amaréis pues al extranjero, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Deuteronomio 10:16–19
Para entender esto claramente, necesitamos informarnos del por qué la circuncisión del varón es necesaria.
La circuncisión física consiste en remover el prepucio (parte exterior de la piel que recubre la cabeza del pene del varón), o parte de él, lo que facilita un buen aseo personal. Un prepucio largo se presta para que se almacenen allí restos de orina, de semen o de fluidos corporales que al alojarse allí, generan mal olor, bacterias o infecciones, las cuales pueden ser transmitidas a la mujer mediante la relación sexual. Entonces un prepucio cortado (o la ausencia del mismo cuando se ha efectuado la operación completa) trae como resultado buena higiene, aseo, limpieza y protección tanto del varón como de su esposa.
De manera similar, el corazón humano alberga fácilmente “contaminantes” con los que es fácil contaminar a otros: Soberbia, arrogancia, orgullo, ira, culpa, codicia, envidia, etc..
Entonces “circuncidar el corazón“, significa tomar la decisión de “cortar” tales cosas de nuestra vida. Pero… ¿cómo? Así como Moshé tuvo que demostrarle a Yehováh que él en representación del pueblo, quería recibir la Toráh escrita por el dedo de Yehováh (no por Moshé lo cual él hubiera podido hacer), las Diez Devarim (Palabras) debían ser escritas por el dedo del propio Yehováh. Entonces la manera de “circuncidar” nuestro corazón, es tomando la decisión de “preparar” las tablas de este, lo cual hacemos cuando sometemos nuestra vida al Mesías – Yeshúa, renunciando a nosotros mismos y declarando solemnemente: No ya yo, más Yeshúa:
Con el Mashíaj he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que el Mashíaj vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. Gálatas 2:20
En otras palabras, la parte nuestra es disponernos sinceramente rindiendo nuestra vida al Mesías y preguntándole: ¿Señor qué quieres que haga? Lo que representa una renuncia a continuar haciendo lo que quiero o considero. Entonces, lo que sucede enseguida es que Yehováh escribe Su Toráh en nuestro corazón, y a partir de ese momento, experimentamos una transformación de nuestros valores, prioridades y conceptos; a partir de allí nuestras relaciones con otros cambian y entonces venimos a ser una luz para ellos.
Cuatro mandatos claros
Temerás a Yehováh tu Dios, a Él servirás, a Él te aferrarás, y solamente por su Nombre jurarás. Deuteronomio 10:20
¿Qué significa temer a Yehováh?
Sencillamente es tener conciencia de que Él, como Creador y Juez Supremo, tiene la autoridad para evaluar nuestras vidas y otorgar, ya sea un reconocimiento, o un castigo. Y lo que sea que Él haga, lo va a hacer en justicia perfecta, pues Él no admite sobornos ni disculpas que justifiquen la desobediencia a su Toráh. Esto nos debe advertir para considerar seriamente la falsa doctrina de la gracia, según la cual, nos podemos apoyar en la obra del Mesías para seguir tolerando el pecado o la injusticia en nuestras vidas. Las Escrituras son claras, respecto a que habrá un juicio al final y cada uno recibirá lo que merece de acuerdo a sus obras.
Por esta razón, vemos en la Toráh y en el resto de la Escritura, que Yehováh disciplina a sus hijos cuando hay necesidad: Deuteronomio 8:5-6. Ver Proverbios 9:10 y 2Corintios 5:10.
Sirve a Yehováh
La palabra “servir” en el contexto espiritual, tiene que ver más con acciones como las que tenían que realizar los levitas: presentar sacrificios u ofrendas delante de Yehováh. Si bien la palabra en su significado simple implica ser un siervo o un esclavo, no es precisamente eso lo que nuestro Padre espera de nosotros; pues nos ha dado ¡categoría de hijos! Entonces, siendo imposible presentar sacrificios a Yehováh en el presente, por las razones de todos conocidas, lo que sí podemos hacer hoy, es presentar sacrificio de alabanza, fruto de labios que publican Su Nombre – Hebreos 13:15. En otras palabras, servirle a Él, está relacionado estrechamente con conversar con él, con reconocerle, expresarle gratitud y reconocimiento.
Aférrate a Yehováh
La palabra hebrea usada acá es: davak – que significa adherirse. Un buen ejemplo es Eliseo, quien ante la noticia de que Elías iba a partir, le dijo a este:
Y Elías le volvió a decir: Eliseo, quédate aquí ahora, porque Yehováh me ha enviado a Jericó. Y él dijo: Vive Yehováh, y vive tu alma, que no te dejaré. Vinieron, pues, a Jericó. 2º Reyes 2:4
Fue lo que hizo Ruth respecto de Noemí igualmente. Entonces aferrarnos a Yehováh, significa que tomamos la decisión de no apartarnos de Él; significa que nos pegamos a Él; que nos agarramos de Él estableciendo así una relación íntima de fidelidad y lealtad.
La tradición rabínica interpreta esto como “adherirse” a los sabios; porque como no podemos “ver” a Dios, entonces nos adherimos a lo que sí vemos: los maestros de la Toráh. Shaúl dijo algo parecido:
Por tanto, os ruego que me imitéis. 1 Corintios 4:16
Sed imitadores de mí, así como yo del Mashíaj (Cristo). 1 Corintios 11:1
Pero esto debe entenderse como parte de un proceso, porque la meta final ha de ser:
Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Efesios 5:1
Si no conducimos a la gente que nos sigue o que nos mira, a ser imitadores de Dios, de Yehováh siguiendo su Toráh, entonces terminaremos formando una secta de seguidores de nosotros mismos; y la historia está repleta de tales grupos: Calvinistas (seguidores de Calvino), Luteranos (seguidores de Lutero), Menonitas (seguidores de Menno Simons), etc. que finalmente se extraviaron del Camino, porque nunca aprendieron a mirar a Yehováh y a depender exclusivamente de Él.
Por su Nombre jurarás
No es necesario jurar cuando hemos construido nuestra credibilidad. Cuando quienes nos rodean saben que nuestro sí, es sí; y que nuestro no, es no, y punto. Sin embargo ante el desprestigio generado por promesas no cumplidas, por impuntualidad, por inconstancia etc., recurrimos a efectuar juramentos.
Jurar significa poner a Yehováh, el Juez supremo como testigo de lo que estamos diciendo, lo cual es muy serio; porque si lo que decimos no es verdad, le estamos haciendo a Él cómplice de nuestro engaño, y eso, Él no lo pasará por alto.
Solo Yehováh ha de ser el objeto de nuestra alabanza
Alabanza es la traducción de la palabra hebrea tehillah, de donde viene el nombre hebreo del libro de los Salmos: Tehillim (plural de tehilla), es decir: Alabanzas. Por otro lado, la expresión: Aleluya, es un imperativo: hallelu-Yah que significa: dad alabanza a Yah y que es en esencia una forma verbal de la palabra halal – הלל, la cual a su vez, significa literalmente: presumir; usar un lenguaje jactancioso, en este caso, acerca de Yehováh, es decir jactarse de Él, sentirse orgulloso de Él. Es decir que cuando Moshé le dice a Yisrael que “presuma“, es porque Yehováh ha hecho cosas grandes y espectaculares en favor suyo! El pueblo de Yisrael, nosotros, tenemos suficientes motivos para jactarnos de lo que Yehováh ha hecho por nosotros. ¿O no?