En cierto reino, el Rey llamó a su Ministro de confianza y le dijo:
“Tengo una misión importante para que lleves a cabo. Ve al reino vecino y reúnete con sus dirigentes. Recuerda una sola cosa, bajo ninguna circunstancia debes quitarte tu camiseta durante la reunión. Ahora ve y haz lo que digo”.
El Ministro sale contento a cumplir su misión y pronto llega al reino vecino. Entonces se dirige directamente al palacio en donde se reúne con el Rey.
En el medio de su reunión, ve a algunos de los oficiales del Rey apuntándolo y riéndose de él. Inquieto el Ministro visitante preguntó:
– ¿De qué se rien?
– Es que nunca habíamos visto a alguien con una joroba tan pronunciada, dicen ellos.
– ¿De qué hablan? ¡Yo no soy jorobado!
– ¡Por supuesto que sí!
– No, ¡no lo soy!
– ¡Apostamos un millón de dólares a que sí lo eres!
– Perfecto, acepto felizmente su apuesta.
– Está bien, quítese su camiseta y demuéstrelo”.
En ese momento el ministro recuerda las palabras del Rey: “…bajo ninguna circunstancia debes quitarte tu camiseta durante la reunión”. Sin embargo el ministro razona: “un millón de dólares, sin duda que es una cifra importante para las arcas del Rey”. Yo sé que no soy jorobado, así que seguramente ganaré la apuesta. Por supuesto que bajo estas circunstancias el Rey daría su aprobación…
El Ministro se quita su camiseta y muestra con orgullo que su espalda es perfecta. Feliz por su decisión, él extiende su mano y recibe un cheque por un millón de dólares.
El Ministro apenas puede contener su emoción. Rápidamente termina la reunión y corre de vuelta para contarle la maravillosa noticia a su Rey: “¡Gané un millón de dólares para las arcas del Rey!”, exclama el Ministro. “Fue muy fácil. Sólo tuve que quitarme la camiseta para demostrar que no soy jorobado”.
“¿QUE HICISTE QUÉ?”, grita el Rey; “te dije específicamente que no te quitaras tu camiseta. ¡Yo confié en que seguirías las instrucciones y le aposté al otro Rey $10 millones de dólares a que no podría conseguir que te quitaras tu camiseta!”
Si. Es una fábula. Pero que bien ilustra el problema de la dificultad que tenemos para seguir instrucciones.
Las Escrituras no tienen que darnos razones o argumentos del por qué de muchos mandamientos; simplemente nos informa qué es lo que Yehováh espera que hagan todos aquellos que se consideran sus hijos.
Muchas de las Instrucciones que nos fueron entregadas tienen propósitos obvios: Mantener buenas relaciones con otros, saber cómo relacionarnos con Yehováh y administrar apropiadamente la Naturaleza creada por Él. Pero otras quizás tienen el propósito de probar nuestra obediencia, al igual que el Ministro de la fábula. Como sea, no tenemos autoridad para revocar, anular, reemplazar, re-escribir o suavizar ninguno de sus Mandamientos.
Sin embargo ¿qué ha hecho la Iglesia? Quitar todo lo que no le conviene, para poder contaminarse y prostituirse con el mundo y sus sistemas. Es tal la condición que hasta se ha atrevido a remover de las Biblias el nombre de Yehováh. Es como la mujer casada que no satisfecha con serle infiel a su marido, lo borra de las escrituras de propiedad de la casa que él adquirió para ella, y sigue disfrutándola.
Mientras tanto, los del pueblo de Yahudáh (Los judíos) hicieron todo lo contrario: en vez de quitar, añadieron cantidad de regulaciones que Yehováh nunca les entregó y así desarrollaron el Judaísmo, que viene a ser una religión basada en las Escrituras, pero contaminada por las acciones de los hombres.
El mandamiento sigue vigente:
No añadiréis a la Palabra que yo os mando ni de ella quitaréis, para que guardéis los Mandamientos de Yehováh vuestro Elohim.
Y tú… ¿Qué harás? ¿te quitarás también la camiseta?