Avraham y Hagar

Bereshit 16:1-16 | Sara

Parashá Trienal – Bereshit (Génesis) 16:1-16

Nombre de la parashá – Sara

Lecturas Complementarias: 

La fe es un asunto de paciencia

Habían transcurrido 10 años en Canaán y la promesa de un hijo no llegaba. Definitivamente Saray era estéril; cosa que en la cultura y en la época se consideraba como algo muy desventurado. Así que conforme a la costumbre ella decide resolver el problema entregándole su sierva egipcia Hagar a su marido, para que tuviese un hijo con ella, hacerlo suyo, y de esa manera ella pudiera proveer una descendencia a su esposo para cumplir los propósitos de Yehováh.

Este relato se parece mucho a la manera en la que actuamos normalmente. Quizás Dios nos ha permitido entender que debemos realizar cierta tarea, y nosotros nos ponemos de manera diligente a provocar que las cosas sucedan pretendiendo ayudarle a cumplir sus propósitos. Acudimos a lo que se hace según la cultura, como lo hizo Saray, y utilizamos los recursos que tenemos a mano, pero en lugar de resolver el problema, lo hacemos mayor. Esta es una gran enseñanza respecto a la vida de fe.

La fe, significa que le creemos a Yehováh sus palabras, sus directrices, sus instrucciones, su Toráh, y conforme a eso nos debemos poner en acción; pero si las cosas están más allá de nuestro control, como era el caso de Saray, tenemos que esperar pacientemente por la intervención divina, y eso también demanda fe. ¡Ella había esperado 10 años! y consideró oportuno hacer lo suyo.

Según el libro de Jaser o Yashar 15.31, Hagar era hija del paroh (faraón) de Mitsrayim (Egipto), y le fue dada a Saray como sierva en desagravio por haber sido tomada para ser esposa de Paroh, cuando Avram descendió allí.

Ahora Hagar se convertirá en la madre de Yismael, de quien Yehováh, en virtud de la promesa hecha a su siervo Avram de multiplicar su descendencia, surge toda una nación que hasta el presente habrá de ser una espina en el costado de Yisrael.

¡La “conexión egipcia“, sin embargo, todavía está muy viva en la casa de Avram! Incluso el nombre de Hagar enfatiza esto, porque Hagar, literalmente significa “el extraño” o “extranjero“. Se enfatiza su extranjería, ָה ָגר. Obviamente, la Toráh no tiene nada en contra de extraños o extranjeros. Pero en este caso, Hagar representa simbólicamente a aquellos que no son parte de la promesa del pacto y que, por lo tanto, no son los destinatarios de las bendiciones del pacto de Yehováh.

La situación de Saray nos señala que solo hay dos soluciones posibles para nuestros problemas: La de Yehováh y la nuestra. O bien aprendemos a esperar en Yehováh y sus recursos, o echamos mano de la tradición, del consejo humano, de la experiencia, de las costumbres, de la cultura de nuestro entorno y actuamos. Si ya has tenido esta experiencia, te habrás dado cuenta que el segundo método, aunque a veces logra el resultado, conlleva consecuencias desagradables que nos impiden disfrutar plenamente del logro obtenido.

La naturaleza de Hava (Eva) en acción


El verso 5 es muy curioso, porque Saray culpa a Avram de la humillación que sufre a manos de Hagar. Pero… ¿acaso no fue su idea? Esta situación nos recuerda al Edén cuando A`dam dice a su Creador: “la mujer que me diste por compañera, me dio del fruto…“; en otras palabras, Tú eres el culpable. Así tenemos a Saray, reproduciendo la escena cuando increpa a su marido diciéndole: “Tú Avram eres el culpable“. Esa es nuestra naturaleza; nuestra primera reacción ante un error que cometemos es ¡tratar de hallar un culpable!

Avram, consciente de su inocencia, le responde: haz lo que quieras con ella. Y Saray, actúa como una mujer herida profundamente; y sin medir las consecuencias, ni pensar en el niño que está por llegar, la fastidia hasta lograr su propósito: Hagar huye con su hijo. No podemos ignorar la ausencia del liderazgo de Avram al igual que la indiferencia ante la situación de la madre de su hijo, lo cual no fue correcto.

Yehováh entra en acción y de manera sobrenatural mediante un ángel la instruye para que regrese a casa y se sujete a su ama, no sin darle la promesa de que su descendencia también será grande. Y este es un gran ejemplo de cómo Yehováh cumple su Palabra a pesar de que no actuamos conforme a sus instrucciones. Yehováh tuvo que cumplir la promesa que había hecho a Avram, de multiplicar su descendencia, aún a través de Hagar aunque ese no fue su propósito original. Nos trae a la memoria el Salmo 15 que dice:

1 Yehováh, ¿quién habitará en tu tabernáculo?
¿Quién morará en tu monte santo?
2 El que anda en integridad y hace justicia,
y habla verdad en su corazón.
3 El que no calumnia con su lengua,
ni hace mal a su prójimo,
ni admite reproche alguno contra su vecino.
4 Aquel a cuyos ojos el vil es menospreciado,
Pero honra a los que temen a Yehováh.
El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia;
5 Quien su dinero no dio a usura,
ni contra el inocente admitió cohecho.
El que hace estas cosas, no resbalará jamás.

Así, puesto que Yehováh había jurado multiplicar la descendencia de su siervo, mantiene el juramento a pesar de que ese no era el camino que Él había previsto.

La misericordia y el cuidado de Yehováh se hacen evidentes con Hagar, a pesar de no ser la heredera del pacto. Ese es nuestro Padre: una persona atenta a las necesidades no solo de sus hijos sino también de otros, que en ocasiones, como en el caso de Hagar, se vuelven e inician una relación personal con Él, que resulta cambiándoles su vida.

Ismael: Un asno salvaje


Que bien se describen las características que habrá de tener el hijo de Hagar:

    • Será como un asno salvaje
    • Su mano estará contra todos
    • La mano de todos será contra él
    • Habitará al margen de todos sus parientes

Palabra más, palabra menos, es una descripción que se ajusta de manera precisa al pueblo árabe; si bien no todos los árabes son descendientes exclusivamente de Yismael, también los hay de Esaú y de los otros hijos que Avram tuvo con Cetura tras la muerte de Saray, en general podemos reconocer que así han sido y son hasta el presente todos esos pueblos.

El relato termina diciéndonos la edad del patriarca cuando nació Yismael: 86 años, y aún tuvo que esperar otros 14 para que Saray su esposa concibiera y le diera a luz al hijo de la promesa. Los tiempos de Yehováh no son los nuestros y esto es algo que necesitamos tener presente, para no desesperar ante la demora de la respuesta a nuestras oraciones.

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