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Levítico 14:1-57 | Hametsorá

Parashá Trienal – Vaykra (Levítico) 14:1-57

Nombre de la parashá: HaM’tzorá – El infectado

Lecturas Complementarias: 2Reyes 7:8 | Mateo 8:1-4

Ya hemos aclarado que el término “lepra” en las Escrituras, no corresponde con el término lepra de la modernidad. En las Escrituras la palabra usada es tzara’at (צרעת), que parece referirse a múltiples afecciones de la piel. La Toráh no define claramente la razón de estas enfermedades, como tampoco provee ningún tipo de “medicina” para solucionarlo.

Por estas razones, lo único que podemos hacer, es interpretar estas situaciones como demostración de la decadencia de nuestros cuerpos, característica propia de nuestras situación de seres caídos.

Algunos tipos de esta enfermedad, se categorizaban como del nivel: Padre o madre de las impurezas (ver parashá Isha para categoría de impurezas), pues podía llegar a considerarse que quien se hallara bajo el mismo techo que un infectado, quedaba impuro, al igual que quien lo tocara. La única cosa más contaminante que un leproso, era un cadáver.

La limpieza posterior a un estado de tzara’at, era bastante compleja, y es lo que se describe en este capítulo 14 de Vaykra (Levítico). Vale la pena aclarar, que tales procedimientos, no eran para sanar al enfermo. Más bien eran el resultado de que el cohen, después de examinar cuidadosamente a la víctima, lo declarara puro.

El cohen sale al encuentro del enfermo

Habló Yehováh a Moshé diciendo: Esta será la ley para el leproso el día de su purificación: Será traído al sacerdote. El sacerdote saldrá fuera del campamento
Levítico 14:1-2

Es notable esta instrucción, porque muestra que si bien el enfermo debía acercarse al campamento, también el cohen debía hacer su parte. Digamos que era una acción de parte y parte.

Así actuó Yeshúa cuando sanó al afectado con tzara’at (leproso) según el relato de Marcos 1:41-44:

Y llega a Él un leproso (afectado con tzara’at) rogándole, y le dice: Si quieres, puedes limpiarme. Y se le enternecieron las entrañas, y extendiendo su mano lo tocó, y le dice: Quiero. ¡Se limpio! Y al instante se le fue la lepra (tzara’at) y quedó limpio. Y enseguida lo despidió, después de advertirle severamente: Mira, a nadie le digas nada, sino ve, muéstrate al cohen, y ofrece por tu limpieza lo que Moshé ordenó, para testimonio a ellos.

Ese día Yeshúa quedó impuro, con el primer grado de impureza!! Pero eso no significa que Yeshúa haya pecado. Inferimos que tuvo que hacer el ritual prescrito por la Toráh para quedar limpio de nuevo.

Yeshúa instruye a este hombre a cumplir la Toráh: ve y muéstrate al cohen.

El m’tzorå (Infectado) debió ir a través de todo el proceso descrito en la Toráh, y traer lo necesario para la ceremonia de purificación:

    • Dos aves puras (limpias) y vivas
    • Madera de cedro
    • Un pedazo de tela roja – escarlata
    • Un hisopo
    • Una vasija de barro con “aguas vivas” – frescas.

Los elementos aquí mencionados, son los mismos que posteriormente se mencionarán en Números 19:6 cuando se utilizan las cenizas de la vaca roja. De eso nos ocuparemos a su tiempo.

Esta es una de las secciones donde nos encontramos con instrucciones de Yehováh que no son del todo comprensibles. Nos surgen muchas preguntas respectos a los rituales que el cohen debe realizar, pero no hay explicación alguna; simplemente así deberían ser hechas las cosas.

Si bien es cierto que hay cierta similitud en este proceso con los rituales de la ofrenda por el pecado estudiada anteriormente, no podemos añadir más para interpretar el asunto. Ahora bien, como la sangre del ave no era aplicada al altar, esta no es considerada una ofrenda korban, y por esta razón los rabinos consideran que este ritual podría efectuarse hoy a pesar de la ausencia del Templo, pues  la“limpieza del m’tzorá (lnfectado)” no requiere ni de la presencia del Templo ni tampoco de la existencia del sistema Levitico.

Obviamente, entran en juego muchos otros aspectos, porque si hoy alguien pretendiera que esta ceremonia se llevara a cabo, entraría en entredicho la pureza del cohen, el diagnóstico apropiado y las condiciones mismas de la persona afectada.

Significado de las cosas requeridas

Madera de Cedro. Es una madera rojiza que tiene una gran resistencia al deterioro, lo que la hace representativa de la incorruptibilidad y la inmortalidad. Fue abundantemente utilizada por Sholomo en el Templo. Además posee un olor muy agradable. Su color puede evocar el color de la sangre utilizada en los sacrificios. El uso de esta madera en este ritual, bien pudiera hablarnos de la incorruptibilidad a la que estamos destinados cuando obramos conforme a lo que Yehováh nos ordena.

Tela Escarlata. El significa principal es su color. Nos recuerda el color de la sangre viva. Recordemos lo que dice el profeta Isaías 1:8: Si vuestros pecados fueren como escarlata, o la grana, o el color rojo, como la nieve serán emblanquecidos. Solo la intervención divina puede lograr este tipo de cosas.

Hisopo. Al tiempo de la salida de Mitrayim (Egipto), nuestros padres tuvieron que utilizar un hisopo para untar la sangre del cordero sacrificado en los postes de las puertas de sus casas. El hisopo crece en manojos pequeños y tiene un aroma similar a la menta o la hierbabuena. Precisamente su olor es todo lo contrario al olor que podría haber tenido la persona que estaba siendo purificada. Ver Salmo 51:7

Agua Viva. El agua, para ser considerada como tal, debería proceder de manantiales y no de pozos estancados. Las aguas estancadas adquieren mal olor con el tiempo y facilitan la formación de algas y son el hogar de muchos microorganismos indeseables.  No así el “agua viva”; porque al estar fluyendo y rodando por entre las piedras, se oxigena y destruye los patógenos que se pudieran haber formado en ella.

Innumerables veces la Palabra nos habla de la importancia de las aguas vivas, y Yeshúa mismo, hace alusión a ella. Recordemos que se nos insta a hacer mikváh en aguas vivas.

En resumen…

La porción HaM’tzorá continúa hablando sobre los procedimientos para la purificación ritual de los impuros como resultado de contraer tzara’at, algún desorden de la piel y no de leprosos, como ha sido incorrectamente traducido. Recordemos que la semana anterior hablamos de impurezas de la piel en general y no solo de lepra.

Si el sacerdote determinaba que la persona estaba sana, iniciaba un proceso de limpieza o purificación ritual que incluía dos aves “vivas”, una de las cuales era sacrificada y la otra liberada.

Entonces la persona en cuestión lavaba su ropa, afeitaba su cuerpo y pasaba por un mikváh – baño ritual, y aunque podía regresar al campamento tenía que estar fuera de su propia casa por siete días más. Al octavo día de haber entrado al campamento, (aquí no se refiere al domingo como algunos quieren hacer entender) la persona sanada traía una ofrenda de grano y una ofrenda por la culpa.

A continuación transcribo un enfoque muy interesante (jabad.org.ar) del por qué estas afecciones de la piel podían aparecer en una persona y la intervención del sacerdote en el proceso:

La afección de la piel como hemos aclarado, cuyas leyes se detallan en los capítulos 13-14 de Levítico, era un fenómeno de origen enteramente espiritual. No era enfermedad natural alguna (de hecho, esta  “infección” también atacaba vestimentas y casas), sino un síntoma de grave degradación moral. Particularmente, la persona afectada (el “metsorá”  ó infectado) era alguien cuyas acciones habían provocado disensión y la división dentro de la comunidad.

Su castigo -medida por medida- era una infección sobrenatural que lo marcaba como un paria. Era desterrado a una vida de máxima soledad, hasta que su arrepentimiento lo curara de su infección y entonces fuera readmitido en la sociedad. La naturaleza espiritual de esta enfermedad se evidencia en el hecho de que tanto el inicio como la culminación del estado de enfermedad se lograban con el anuncio de un cohén o sacerdote.  

Si las marcas sospechosas aparecían sobre un vestido, casa o persona, eran examinadas por un perito (comúnmente, pero no necesariamente, un cohén) experto en las sumamente complejas leyes y procedimientos que identifican la infección. Pero incluso luego de un diagnóstico de enfermedad, el estado de impureza ritual que involucraba a la persona u objeto afectados no entraba en vigencia sino hasta que el cohén lo declarara “impuro”.

Así era, aun cuando el “experto” que hizo el diagnóstico no fuera el mismo cohén, y el cohén confiaba únicamente en su pericia. La impureza de enfermedad tampoco afectaba retroactivamente: hasta que el cohén no pronunciara la palabra “impuro”, el estado de enfermedad no comenzaba. Por esta razón, la Toráh aconseja vaciar una casa de todo su contenido, cuando está bajo sospecha de infección, “antes de que el cohén venga para ver la plaga, no sea que todo en la casa sea declarado contaminado” (cuando el cohén la declare impura).

De forma similar, dado que era la palabra del cohén la que declaraba el estado de enfermedad, la remoción de este estado -incluso luego de que todas las señales físicas desaparecieran- se lograba asimismo sólo con la declaración del cohén que el infectado se había curado de su impureza.

Dos Lecciones:

El rol del cohén como condenador y desterrador es aún más sorprendente porque parece contradecir todo lo que el cohén representa. Yehováh le ha ordenado al cohén “bendecir a Su pueblo Israel con amor”. Los sabios de Yisrael describen al “discípulo de Aharón” (el primer cohén) como alguien que “ama la paz, persigue la paz, ama a las criaturas de YHVH y las acerca a la Toráh”.  Pero es precisamente a causa de su designación como representante del amor bondadoso, que la Toráh encomienda al cohén -y sólo al cohén- la tarea de condenar al infectado. No hay nada más odioso para Yehováh que la división entre Sus hijos. La razón de que el infectado deba ser desterrado es que él mismo fue una fuente de división.

No basta con que los expertos técnicos lo consideren un paria; es sólo cuando el cohén (cuya naturaleza y ser, tiemblan ante el pensamiento de desterrar a un miembro de la comunidad) está convencido de que un individuo exhibe todas las señales de infección, que el individuo es separado de su pueblo.   

Hay aquí también otra lección: no eran los síntomas de infección los que hacían que la persona fuera considerada impura, sino la declaración de su impureza por parte del cohén.   En otras palabras, no importa qué evidencias pudiera tener la persona en su cuerpo, nadie excepto el cohén, tenía la autoridad para declarar oficialmente la condición de esa persona. Entonces, sin importar cuán terribles pudieran ser los actos de una persona, nadie podía hablar mal de ella juzgándole, porque únicamente el cohén tenía la autoridad para evaluar y dar un veredicto final. ¡La declaración del cohén de que la persona es impura afecta su estado espiritual mucho más profundamente que el hecho de su impureza!  Algo para tener en mente cuando uno está tentado a hablar mal de su semejante.

Preguntas para pensar…

  • Cuando se habla de las aves que se deben llevar por el afectado, ¿por qué dice que deben estar vivas? ¿Qué significa eso?
  • ¿Qué sombras de situaciones espirituales encontramos en el pasaje?
  • ¿Qué figura o rol del Mesías, se esconde detrás del rol de cohen en este capítulo en particular?

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