Parashá Trienal – B’midbar (Números) 5:11-31
Nombre de la Parashá: Ki tistéh – Se descarría
Lecturas Complementarias: Oseas 4:11-19 | Efesios 5:22-23
Y habló Yehováh a Moshéh, diciendo: Habla a los hijos de Yisrael, y les dirás: Cuando la mujer de alguno se desvíe y le sea infiel…
Este era un procedimiento legal que debería llevarse a cabo cada vez que un esposo sospechara que su esposa le hubiera sido infiel. Siempre ha surgido la pregunta: ¿Y qué en el caso de la infidelidad del varón? ¿No se aplica el mismo mandamiento? Discutiremos esto más adelante.
En todo caso, cuando el hombre fuera presa de un “espíritu de celos“, y tuviera razones legítimas para sospechar de la infidelidad de su esposa, mas no pudiera probarlo de manera concluyente, las aguas amargas serían la prueba definitiva.
La esposa adúltera sufriría los efectos malignos del ritual y se consideraba una persona que se desvió. Si la esposa era inocente, las aguas amargas tendrían un efecto opuesto en ella, garantizándole fertilidad.
Un extraño procedimiento
Este es uno de los rituales que aparte de complejo, es también extraño, pues sugiere acciones similares a las que se realizan en el ocultismo; pero sabiendo que fue algo ordenado por Yehováh sin mayor explicación, correspondía a los yisraelitas de ese tiempo, llevarlo a cabo sin cuestionamientos.
El ritual incluía:
- Una ofrenda de grano por los “celos” (5:15)
- Agua sagrada mezclada con polvo del piso del Tabernáculo (5:16-17)
- Soltar el cabello de la esposa (5:18)
- Hacer un juramento (5:19-22)
- Escribir las maldiciones en un rollo y lavarlas o borrarlas con el agua (5:23)
- Dar de beber el agua a la mujer (5:24)
- Presentar la ofrenda de cereal (5:25-26)
Algunas objeciones propias
Muchas personas consideran que no era justo forzar a una mujer a someterse a la prueba de las aguas amargas por una simple sospecha. Los sabios de Yisrael, afirman que tales sospechas deberían estar sustentadas de alguna manera. Si bien no era necessario un testigo ocular del acto mismo (lo cual resultaría imposible de conseguir), sí debería haber algún testigo que diera testimonio acerca de cómo la mujer tuvo ocasión de cometer adulterio al reunirse a solas con un hombre en algún lugar privado. En otras palabras la simple sospecha del marido sin razones válidas, no era suficiente.
Por otro lado también se consideraba si el esposo que ya tenía un “espíritu de celos” había manifestado públicamente, es decir delante de otros, sus sospechas advirtiendo a su mujer que no se juntara con cierto individuo, si se comprobaba que ellos se “encerraron a solas”, ya se consideraba razón suficiente para efectuar la tan temida prueba.
¿Qué de los varones?
En el mundo de la Toráh tal prueba no se aplicaba a los varones; solo el hombre tenía el derecho de expedir un “get” (certificado de divorcio); es decir que si aún la esposa sospechaba que su marido había cometido adulterio, ella no podía divorciarlo, mientras que él si podía hacerlo. Entonces la prueba de las aguas se hacía para evitar o prevenir que el hombre divorciara a su esposa injustamente, lo cual tendría muchas graves implicaciones tanto sociales como económicas.
Por otro lado, la Toráh permitía la poligamia, sin que esto significara que los varones podían ir por ahí acostándose con quienes ellos desearan; pues si un varón lo hacía con una mujer casada, los dos adúlteros eran sentenciados a muerte y si lo hacía con una muchacha virgen, entonces debería tomarla por esposa pagando la dote respectiva al padre de ella.
Ahora, si el lector se pregunta por qué era permitido para los varones tener múltiples esposas, una de las respuestas más razonables es que, los pueblos de aquella época enfrentaban batallas con frecuencia y los hombres morían muy temprano, es decir siendo jóvenes; entonces para perpetuar la existencia de su pueblo era permitido tener múltiples esposas o concubinas para procrear múltiples hijos.
En algunos casos se observa que la condición de esposa, era exclusiva, como lo vemos en las historias de los patriarcas: Sarah era la esposa de Avraham y Hagar, la concubina; Yaakov amaba a Rajel como su esposa y posteriormente a la muerte de esta, amó a Leah, aunque estuvo casado formalmente con las dos; y las siervas de estas eran sus concubinas, con las que tuvo más hijos; pero claramente las concubinas no tenían los derechos de la esposa.
La Toráh instruye respecto a la responsabilidad del varón con sus esposas:
Si toma otra esposa para sí, no disminuirá su alimento, ni su vestido, ni su deber conyugal. Y si no hace ninguna de estas tres cosas con ella, entonces ella saldrá libre gratuitamente, sin dinero.
En todo caso, hay una seria responsabilidad con las esposas; no era simple cuestión de placer sexual como lo interpretamos actualmente. Es más; tal parece que el interés de la mujer no era tanto tener un marido para ella, sino cumplir su función de procrear y conseguir así mismo una forma de protección física y económica para ella. Véase el caso de Ruth la moavita.
Con el paso del tiempo, el concepto del matrimonio se convirtió en algo más solemne de manera que para el tiempo de Yeshúa, lo hallamos a él diciendo:
¿No leísteis que el que los creó, desde el principio los hizo varón y hembra? Y dijo: Por esto dejará el hombre al padre y a la madre, y se unirá a su mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne. Así que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Yehováh unció al mismo yugo no lo separe un hombre.
Mateo 19:4-6
Vemos entonces que aunque el mandamiento al que hace referencia Yeshúa, está al comienzo mismo de la Toráh en el libro del Génesis, para el tiempo en que Yeshúa está cumpliendo su misión, se llega a comprender y respetar su verdadero significado, así ha sido desde entonces.