La vida de Yaaqov (Jacob) constituye un modelo de experiencias variadas de las cuales podemos aprender muchas lecciones.
Conocemos la historia de este hombre, quien desde que estaba en el vientre de su madre Rivka (Rebeca) empezó a tener conflictos, pues lo compartía con su hermano mellizo Esav (Esaú) y reñían desde entonces.
Su vida estuvo llena de aventuras, de encuentros inesperados, de visiones y sueños sobrenaturales, de actividad física, sentimental y aún sexual, pues tenía dos esposas y dos concubinas!
Sin embargo en medio de todo esto, llega un momento crucial en su vida en el que deberá aislarse de todo eso, aún de su familia, para: “cruzar el arroyo” y estar en soledad.
Y aquella misma noche se levantó, y tomando a sus dos mujeres, a sus dos siervas, y a sus once hijos, atravesó el vado de Yaboc. Los tomó, pues, y los hizo pasar el arroyo, luego hizo pasar todo lo que tenía. Y Yaaqov (Jacob) se quedó solo, y un varón estuvo luchando con él hasta rayar el alba. Génesis 32:22-24
Sí. Los momentos de soledad son de suma importancia. Son aquellos en los que debemos separarnos de todo lo que nos rodea, aún de nuestros seres queridos, para buscar un contacto mucho más personal con Yehováh nuestro Padre. El relato nos informa que hubo una “lucha” cuerpo a cuerpo con el Angel de Yehováh.
Ahora, no podemos especular y tampoco me atrevo a inferir que clase de lucha fue esta. Lo único cierto es que fue un contacto más cercano que lo usual, y del cual resultaron varias cosas:
Yaaqov, recibe una confirmación del Plan Supremo de Yehováh para su vida y su descendencia
Su nombre fue cambiado a Yisrael (Israel), poniendo en evidencia que ahora era una persona totalmente renovada.
Aún su cuerpo físico quedó con una marca de tal encuentro, que lo hizo inolvidable.
Afirma Rav Yerujam Levovitz, en un ensayo de Daat Torá, página 205:
“Solamente en la soledad es posible estar en contacto con uno mismo, con la honestidad suficiente para realizar una introspección adecuada; sólo en la soledad es posible desarrollar la sensibilidad suficiente para conectarse con Dios y con uno mismo; sólo en la soledad es posible tener la calma de espíritu suficiente para permitirse a uno mismo sentir una experiencia espiritual significativa. Aunque es innegable que también en la comunión con otras personas es posible tener experiencias espirituales, aún así se requiere de la soledad para digerirlas. Uno puede comer en compañía de otras personas, pero la digestión es independiente.
El ser humano es un ser social, y como tal, está expuesto a la influencia del entorno en el que vive. Lamentablemente, tal influencia no es siempre del todo positiva. En ocasiones, previene el crecimiento personal y uno debe estar preparado a sus posible daños.
Por ejemplo, a partir del momento que una persona desea crecer en alguna área de su vida, es casi inevitable que despierte resistencia de las personas que lo rodean. Si alguien desea ser más apegado a las leyes de la dieta bíblica, muy posiblemente recibirá críticas de familiares y/o amistades. Si empieza a guardar el Shabbat, habrá amistades que poco a poco se diluirán por el simple hecho que ya no podrá salir con ellos los viernes en la noche. Es normal que suceda y uno deberá enfrentar estos retos de la manera más consciente, responsable y armónica posible.
La soledad posee otra ventaja, más acorde a nuestro tema: permite a la persona verse a sí misma tal como es, minimizando la percepción de sí misma producto de las percepciones ajenas. Es casi inevitable que una persona incorpore dentro de sí la percepción de lo que la sociedad espera de ella: vestimos lo que la sociedad nos indica, escuchamos la música que está de moda, albergamos los valores que la sociedad posee. En ese sentido, dejamos de ser nosotros mismos para convertirnos en lo que la sociedad espera de nosotros. Los costos son altos, pues rara vez logramos cumplir las expectativas sociales: ¿cuántos de nosotros podemos tener el físico que la sociedad ve como ideal? ¿Cuántos de nosotros podemos poseer los recursos de aquellos a quienes la sociedad admira?
Yaakov era una persona que estaba en el nivel espiritual de soledad (lebadó en hebreo). No que necesariamente era una persona solitaria, sino que su vida no dependía de las opiniones de los demás, y además, no se dejaba influenciar por su entorno: pese a que vivió al lado de su suegro Laván, quien era un individuo increíblemente malvado, Yaakov siguió siendo fiel a sus principios morales.
Avraham también fue una persona, única (yahid en hebreo), capaz de colocarse en el otro lado del mundo si así lo consideraba necesario para llevar a cabo su misión en la vida.
La enseñanza para nuestra vida es clara: para poder llevar una vida de espiritualidad que muchas veces implica nadar contra la corriente social, es necesario incorporar dentro de nosotros mismos las virtudes que caracterizaron a nuestros patriarcas: ser yajid y lebadó, dos virtudes que afirman nuestra independencia moral frente a las exigencias sociales que nos alejan de nosotros mismos y de lo que Dios espera de nosotros.”