Parashá Trienal – Shemot (Éxodo) 15:22 – 16:24
Nombre de la Parashá: Vayasá Moshé – Dirigió Moshé
Lecturas Complementarias: Isaías 45:20-25 | Juan 6:31-51
Tan pronto pasaron el Mar y habiendo sido testigos de la poderosa salvación de Yehováh, Moshé condujo al pueblo hacia el monte Sinay. Fue entonces cuando comenzaron darse cuenta de lo que significa la libertad: ¡Responsabilizarse por sí mismos!
Mientras vivieron dentro de los muros de Mitsrayim, todo estaba allí: una rutina diaria, comida, agua, y aunque hubiese látigo y duro trabajo, sabían que tenían lo que requerían para sobrevivir. Ahora en el desierto, las cosas son terriblemente diferentes: la comida se agota, no hay agua y solo caminan por la arena sin saber que sucederá cada día.
Como suele suceder en las narraciones de las Escrituras, es al tercer día que suceden cosas maravillosas; así que hallaron agua, pero imbebible, y eso desató las quejas contra Moshé. Como las aguas eran amargas, llamaron el lugar Marah, palabra que significa: amargo. Moshé hizo lo debido: Clamó a Yehováh y obtuvo una respuesta sorprendente: Echar un árbol en las aguas, que las tornó dulces. Y allí comienza el entrenamiento, pues Yehováh les dio normas para probarlos y les dijo:
Si oyes diligentemente la voz de Yehováh tu Dios, y haces lo recto ante sus ojos, y prestas oído a sus mandamientos, y guardas todos sus estatutos, ninguna dolencia de las que puse sobre Mitsrayim pondré sobre ti, porque Yo soy Yehováh tu Sanador. Éxodo 15.26
Ahora bien, aprendamos algo de suma importancia. En las congregaciones actuales suele pronunciarse la segunda parte de este verso para reclamar sanidades: ninguna dolencia de las que puse sobre Mitsrayim pondré sobre ti, porque Yo soy Yehováh tu Sanador. Sin embargo para que esto sea realidad, tenemos que ver atentamente la primera parte del verso:
Si oyes diligentemente la voz de Yehováh tu Dios, y haces lo recto ante sus ojos, y prestas oído a sus mandamientos, y guardas todos sus estatutos…
Esta es la condición que hoy no se predica ni se enseña. Así el cristianismo ha aprendido a “reclamar” promesas sin cumplir su parte. Es claro que aquí Yehováh nos insta a guardar su Toráh – Instrucciones, si es que hemos de recibir los beneficios prometidos por Él.
Efectivamente Yehováh es nuestro Sanador. No lo es la medicina; no lo son los hombres; es la obediencia a Su Palabra lo que nos puede proveer larga vida sobre la tierra.
Quizás te preguntes: ¿Acaso la ciencia de la medicina no es un regalo de Dios? Y la respuesta es sí. Pero cuando ese regalo desplaza nuestra fe de Yehováh para ser puesta en las medicina, los médicos, los procedimientos, etc., entonces se convierte en una abominación y los resultados son evidentes: cada día los sistemas de salud, que han sabido aprovecharse de tal regalo, esclavizan a sus pacientes haciéndolos dependientes de medicamentos (farmakía), o bien sometiéndolos a procedimientos preventivos algunas veces vergonzosos y otras inútiles, aparte de los dolores e incomodidades que causan.
El Oasis de Elim
Yehováh es Bueno. Luego de la prueba de las aguas de Mara, el pueblo llega a Elim donde se encuentra con setenta palmeras y doce fuentes de agua; y estos números por supuesto están llenos de significados potenciales:
-
- Las doce fuentes, pueden representar:
- Las doce tribus de Yisrael
- Los doce apóstoles de Yeshúa
- Las setenta palmeras, pueden ser un símbolo de:
- Las setenta naciones para las que Yisrael debe ser testigo.
- Los setenta miembros del Sanhedrin
- Las doce fuentes, pueden representar:
Son múltiples las posibilidades, pero esto ya cae dentro del terreno de la interpretación que cada quien le quiera dar.
Encuentro con el Manná
Así entonces, Yehováh provee, el manná; palabra hebrea que significa: “¿qué es esto?”, porque eso fue lo que dijo el pueblo cuando salió en la mañana y lo halló cubriendo todo el suelo. Ahora bien, Yehováh dio a Moshé una instrucción particular:
“He aquí, Yo haré llover pan de los cielos para vosotros; y el pueblo saldrá y recogerá la porción diaria, para que Yo los pruebe si han de caminar en mi Toráh o no. Pero en el sexto día, juntarán את lo que han de traer, y será dos veces la cantidad de lo que recogen diariamente.” Éxodo 16.4-5
De nuevo el pueblo falló. Al principio desconfiaron que tal milagro sucediera diariamente y acumularon para el siguiente día, dándose cuenta de que el alimento se había descompuesto. Además sucedía que ya fuera que recogieran mucho o poco, una vez que llegaban a sus tiendas, ni les sobraba ni les faltaba.
Pero llegado el día sexto, parece que Moshé no había transmitido la instrucción completa, y cuando el pueblo regresó de colectar lo del sexto día, se dieron cuenta de que tenían ¡el doble de lo habitual! Por tal razón, cuando esto sucedió los ancianos vinieron preocupados a Moshé, porque temían que Yehováh les llamara la atención sobre este asunto; fue entonces cuando Moshé les explicó lo que Yehováh le había dicho: lo que recogieran el sexto día se convertiría en una doble porción para suplir sus necesidades para el Shabbat.
El Shabbat
Mucho se discute respecto a si esta es la primera vez que se da el mandamiento al pueblo. Sabemos que ya existía su mención desde el relato de la Creación, y aunque no hay un registro de que los patriarcas lo hubieran guardado, muchos asumen que su práctica no era totalmente desconocida y que muy probablemente, en esta ocasión Yehováh está refrescando su importancia. Esto se deduce por cierta familiaridad que se maneja en el vocabulario al respecto.
Lo cierto es que si el Shabbat hubiera sido desconocido del todo, Yehováh hubiera entrado a definirlo de una manera más explícita; pero lo que vemos es una instrucción relacionada con el manná, más que una legislación respecto a lo que es el Shabbat.
Siendo que los patriarcas tuvieron una relación muy cercana con Yehováh, es muy probable que Él les hubiera instruido respecto a la observancia del Shabbat, y que tal práctica se hubiera desvanecido una vez que el pueblo descendió a Mitsrayim; pues recordemos que la seducción y el encanto de tan gran reino, hizo finalmente su trabajo en los corazones de nuestros ancestros.
Algunas aplicaciones prácticas
Hablemos primero del manná.
Su provisión diaria era un milagro y continuó sucediendo así durante los siguientes cuarenta años hasta que el pueblo entró en la tierra prometida. Pero el milagro se hizo tan rutinario, que perdió su encanto; y esto se hace evidente por las reiteradas quejas del pueblo a causa de la comida.
A nosotros nos sucede algo parecido aunque vivimos rodeados de milagros: El aire es un milagro; no lo podemos ver ni agarrar, pero sentimos su efecto y estamos tan acostumbrados a él que no nos parece extraño. ¿Qué del agua? Es la combinación de dos gases: oxígeno e hidrógeno; sin embargo ¡es líquida! ¿Qué de nuestro propio cuerpo? La ciencia aun no comprende cómo funciona; y podría continuar con un larga lista. Cuando nos sumergimos en los milagros de la vida, nos acostumbramos a ellos y perdemos la fascinación de admirar a Yehováh como el autor de ellos.
No caigamos en el peligro de la costumbre al darlo todo por sentado; mantengamos la actitud de asombro y despertemos nuestras capacidades de reflexión para contemplar la grandeza de las obras de Yehováh, porque al hacerlo se detona de manera espontánea un canto de alabanza genuina en nuestro corazón.
El manná también nos provee un ejemplo de la importancia de vivir el día a día. Yeshúa nos lo enfatizó también:
Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Bástele a cada día su propio mal.
Mateo 6.34
Yehováh le estaba enseñando a su pueblo a depender de Él totalmente en la consecución de su alimento diario; y cuando era necesario tener para dos días, entonces Él hacía la provisión sobrenatural oportunamente.
Esto también tiene una aplicación respecto de nuestro alimento espiritual. Cada día necesitamos acercarnos a la Fuente de vida para recibir Su Palabra fresca que nos ha de renovar las fuerzas y dar luz para tomar decisiones y actuar correctamente en medio las tinieblas en las que nos toca vivir diariamente. Pero muchos se contentan con lo que reciben cada ocho días, (hablo de quienes acostumbran a depender de su pastor de iglesia, recibiendo de él algo de alimento regurgitado); es necesario recoger para nuestra familia, la porción de alimento proveniente del cielo cada día.