Parashá Anual – Levítico 14:1 – 15:33
Nombre de la Parashá: Metzorá – Infectado
Lecturas Complementarias: Malaquías 3:4-24 | Mateo 17:9-13
La porción Metzorá continúa hablando sobre los procedimientos para la purificación ritual de los impuros como resultado de contraer tzaria, algún desorden de la piel y no de leprosos, como ha sido incorrectamente traducido. Recordemos que la semana anterior hablamos de impurezas de la piel en general y no solo de lepra.
Si el sacerdote determinaba que la persona estaba sana, iniciaba un proceso de limpieza o purificación ritual que incluía dos aves, una de las cuales era sacrificada y la otra liberada.
Entonces la persona en cuestión lavaba su ropa, afeitaba su cuerpo y pasaba por una tevilá – baño ritual o inmersión, y aunque podía regresar al campamento tenía que estar fuera de su propia casa por siete días más. Al octavo día de haber entrado al campamento, (aquí no se refiere al domingo como algunos quieren hacer entender) la persona sanada traía una ofrenda de grano y una ofrenda por la culpa.
A continuación transcribo un enfoque muy interesante (jabad.org.ar) del por qué estas afecciones de la piel podían aparecer en una persona y la intervención del sacerdote en el proceso:
La afección de la piel como hemos aclarado, cuyas leyes se detallan en los capítulos 13-14 de Levítico, era un fenómeno de origen enteramente espiritual. No era enfermedad natural alguna (de hecho, esta “infección” también atacaba vestimentas y casas), sino un síntoma de grave degradación moral. Particularmente, la persona afectada (el “metsorá” ó infectado) era alguien cuyas acciones habían provocado disensión y la división dentro de la comunidad.
Su castigo -medida por medida- era una infección sobrenatural que lo marcaba como un paria. Era desterrado a una vida de máxima soledad, hasta que su arrepentimiento lo curara de su infección y entonces fuera readmitido en la sociedad. La naturaleza espiritual de esta enfermedad se evidencia en el hecho de que tanto el inicio como la culminación del estado de enfermedad se lograban con el anuncio de un cohén o sacerdote.
Si las marcas sospechosas aparecían sobre un vestido, casa o persona, eran examinadas por un perito (comúnmente, pero no necesariamente, un cohén) experto en las sumamente complejas leyes y procedimientos que identifican la infección. Pero incluso luego de un diagnóstico de enfermedad, el estado de impureza ritual que involucraba a la persona u objeto afectados no entraba en vigencia sino hasta que el cohén lo declarara “impuro”.
Así era, aun cuando el “experto” que hizo el diagnóstico no fuera el mismo cohén, y el cohén confiaba únicamente en su pericia. La impureza de enfermedad tampoco afectaba retroactivamente: hasta que el cohén no pronunciara la palabra “impuro”, el estado de enfermedad no comenzaba. Por esta razón, la Toráh aconseja vaciar una casa, bajo sospecha de infección, de todo su contenido “antes de que el cohén venga para ver la plaga, no sea que todo en la casa sea declarado contaminado” cuando el cohén la declare impura).
De forma similar, dado que era la palabra del cohén la que declaraba el estado de enfermedad, la remoción de este estado -incluso luego de que todas las señales físicas desaparecieran- se lograba asimismo sólo con la declaración del cohén que el infectado se había curado de su impureza.
Dos Lecciones:
El rol del cohén como condenador y desterrador es aún más sorprendente porque parece contradecir todo lo que el cohén representa. HaShem le ha ordenado al cohén “bendecir a Su pueblo Israel con amor”. Los sabios de Yisrael describen al “discípulo de Aharón” (el primer cohén) como alguien que “ama la paz, persigue la paz, ama a las criaturas de YHVH y las acerca a la Toráh”. Pero es precisamente a causa de su designación como representante del amor bondadoso, que la Toráh encomienda al cohén -y sólo al cohén- la tarea de condenar al infectado. No hay nada más odioso para HaShem que la división entre Sus hijos. La razón de que el infectado deba ser desterrado es que él mismo fue una fuente de división.
No basta con que los expertos técnicos lo consideren un paria; es sólo cuando el cohén (cuya naturaleza y ser tiemblan ante el pensamiento de desterrar a un miembro de la comunidad) está convencido de que un individuo exhibe todas las señales de infección, que el individuo es separado de su pueblo.
Hay aquí también otra lección: no eran los síntomas de infección los que hacían que la persona fuera considerada impura, sino la declaración de su impureza por parte del cohén. En otras palabras, no importa qué evidencias pudiera tener la persona en su cuerpo, nadie excepto el cohén, tenía la autoridad para declarar oficialmente la condición de esa persona. Entonces, sin importar cuán terribles pudieran ser los actos de una persona, nadie podía hablar mal de ella juzgándole, porque únicamente el cohén tenía la autoridad para evaluar y dar un veredicto final. ¡La declaración del cohén de que la persona es impura afecta su estado espiritual mucho más profundamente que el hecho de su impureza! Algo para tener en mente cuando uno está tentado a hablar mal de su semejante.
Impurezas por secreciones corporales
El capítulo 15, nos da instrucciones respecto de impurezas sexuales debidas a secreciones corporales ya sean del hombre o de la mujer.
La Septuaginta (versión de la Biblia Hebrea traducida al Griego por setenta sabios), en lugar de la expresión flujo seminal (o flujo de semen), utiliza la palabra gonorouos de la cual viene la palabra gonorrea, (infección bacteriana altamente contagiosa producida en los genitales), que es utilizada en unas pocas versiones de la Biblia en español.
En cualquier caso, el asunto es la importancia de la pureza. El varón debería considerarse impuro si padecía un flujo anormal, en cuyo caso debería seguir instrucciones precisas para purificarse, terminando con un mikvah o inmersión (bautismo) de purificación.
En el caso de la mujer, debido a su ciclo menstrual debería pasar por un ritual similar luego de siete días de impureza. Las relaciones sexuales durante este período le están prohibidas y las puede reasumir solamente después de que la mujer haya realizado un mikvah. Una completa inmersión (teviláh) es una de las maneras primarias de llevar a cabo un baño de purificación y se considera esencial para la pureza y la santidad.
Efectivamente en los tiempos del Templo quien deseara entrar en él, incluidos los sacerdotes, deberían primero hacer una inmersión – teviláh, en una de las mikvá – piscinas (más de cien), que había para tal efecto a la entrada del mismo.
Aunque el Templo fue destruIdo, el ritual en los mikvéh -piscinas (plural de mikvá) continúa hasta hoy en Israel; aunque este se considera un asunto privado, existen lugares públicos para efectuarlos.
La mikvá (piscina) casera se utiliza solamente para efectos rituales y de purificación de la familia. El procedimiento es algo similar a lo que conocemos como “bautismo” en las iglesias modernas, con la gran diferencia de que las aguas que se utilizan para los baños de purificación son corrientes (no estancadas como las de las piscinas de las iglesias), para cumplir así con los requerimientos de la Toráh.
Actualmente algunos judíos piadosos, hacen teviláh (bautismo) antes de cada Shabbat para entrar en ese día especial purificados e igual lo practican en los días de Fiestas Especiales.
Yohanán (Juan), al que conocemos como bautista, motivaba a la gente a realizar teviláh de arrepentimiento, esa es la expresión que aparece en los textos antiguos y no: “bautismo”. La gente entraba en las aguas del Jordán, que eran corrientes (no estancadas), se sumergían y teniendo a Yohanán como testigo, se comprometían a abandonar su vida pecaminosa y a vivir en obediencia a la Toráh -instrucciones- de nuestro Padre Yehováh.
Parashá Trienal Complementaria
Amplía tu entendimiento consultando las porciones paralelas y ampliadas de esta parashá semanal
Levítico 14:1-57 | Hametsorá
Parashá Trienal – Vaykra (Levítico) 14:1-57 Nombre de la parashá: HaM’tzorá – El infectado Lecturas Complementarias: 2Reyes 7:8 | Mateo 8:1-4 Ya hemos aclarado que
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