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Vaykra 24:1-23 | Shémen záyit

Parashá Trienal – Vaykra (Levítico) 24:1-23

Nombre de la Parashá: Shémen záyit – Aceite claro

Lecturas Complementarias: Oseas 14:1-9 – Jacobo 3:8-18

Nos encontramos al inicio de este capítulo con el mandamiento de traer aceite claro de olivas machacadas. Este proceso nos permite entender que el aceite que ha de alimentar la luz, solo se puede producir por el quebrantamiento, en este caso de las olivas, todo lo cual resulta siendo una figura de nosotros:  Si la luz ha de brillar a través de nosotros, seguramente necesitaremos ser “triturados” por medio de circunstancias difíciles y hasta dolorosas.

Las lámparas de la Menoráh se hallaban en la parte externa del Lugar Santísimo, pero aun dentro de la carpa, en lo que conocemos como el Lugar Santo. Era resposabilidad del Cohen Gadol, mantener las lámparas encendidas desde la tarde hasta la mañana.

Adicionalmente, se deberán preparar doce panes de harina selecta de cierto tamaño para que estuvieran en la Mesa de los Panes, que se hallaba enfrente de la Menoráh, los cuales deberían ser reemplazados cada Shabbat. Era una responsabilidad perpetua de Yisrael con Yehováh. El Cohen Gadol y su familia, podían comerlos al igual que comían las partes seleccionadas de ciertos sacrificios.

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Conexiones

Pensemos en que la luz representa el testimonio que el pueblo de Yisrael (nosotros), es para un mundo que vive en las tinieblas. El efecto de la luz no es solo revelar las cosas tal y como son, sino mostrar el Camino hacia una vida de justicia y equidad, cosa que solo se puede encontrar cuando adoptamos como norma de vida la Toráh de Yehováh.

La Menoráh tiene tres brazos a cada lado, y algunos interpretan que cada uno de ellos representa dos tribus, para un total de doce; la lámpara que está en el medio, representaría entonces a Leví, quien era responsable de enseñar la Palabra trayendo la Luz a los corazones de sus hermanos, y también siendo responsable de representarlos delante de Yehováh al presentar los sacrificios.

El Pan por su parte, simboliza la unión que hay entre Yehováh y su pueblo Yisrael. Eran doce panes (tortas), uno por cada tribu de Yisrael, mientras que el incienso encima de los panes representa a Leví, que era el encargado de presentar o de realizar todo lo relacionado con la adoración a Yehováh. Así las trece tribus (recordemos que Yosef fue reemplazado por Efraím y Menashe) se hallaban representadas todo el tiempo delante de Yehováh. Los panes nos traen a la memoria la cena que tuvieron los ancianos de Yisrael en el Monte Sinay, cuando sellaron el pacto con Yehováh, según se relata en Éxodo 24. Aún en la actualidad cuando nos reunimos para cualquier celebración, lo hacemos para comer algo especial; es decir nos reunimos en torno a la comida; así los panes traen a la memoria lo que fue esa “reunión con Yehováh“.

Ahora bien cabe la pregunta: ¿Cuál sería la conexión entre los Panes y la Menoráh?

La respuesta es sencilla. Si bien los Panes representan el pacto hecho en Sinay, la luz de la Menoráh es el resultado de estar en ese pacto. En otras palabras, entre tanto Yisrael se mantuviera dentro del Pacto, sería luz a las naciones. Igual sucede con nosotros hoy: Mientras mantengamos nuestra comunión con Yehováh, nuestro Padre, seremos luz donde quiera que estemos y el resultado será obvio: Yehováh será dado a conocer y la gente tendrá oportunidad de decidir qué harán con sus vidas.

Sabemos que finalmente Yehováh será mejor representado por Yeshúa, haMashíaj quien será una lámpara que arderá continuamente sin extinguirse.

La Menoráh se menciona en este texto como un ner tamid (ֵנר ָת ִמיד) – lámpara perpetua. Este uso de tamid  (“perpetua“) hace referencia a una cita diaria, y no a la idea de que la luz de las lámparas nunca se extinguiera. Una leyenda rabínica dice:

…todas las lámparas se habían apagado cuando llegaba la luz del día, excepto la lámpara que se hallaba más al occidente. Esta ardía durante todo el día, a pesar de que era la primera en encenderse y de que contenía la misma cantidad de aceite que todas las demás. Esto se consideró una manifestación de la presencia de Yehováh, ya que tal fenómeno solo podría ser el resultado de un milagro.

Además, se pensaba que mientras el pueblo de Yisrael se mantuviera fiel al pacto, la lámpara del extremo occidental permanecía encendida durante todo el día hasta llegar la noche, cuando era el momento de reponer el aceite; entonces la mecha de esa lámpara (la del extremo occidental), era levantada cuidadosamente de su base y se usaba para encender las mechas de las otras lámparas; así que nunca se apagaba. Pero después de la muerte del último sumo sacerdote legítimo, Shimon HaTzaddik (Simeón el Justo), quien sirvió en los primeros años del Segundo Templo, la mecha del extremo occidental se apagaba durante la noche junto con las demás (cf. b. Shabat 22b; b. Yoma 39a).

¿Simbolizaba la mecha de la lámpara del extremo occidental un remanente fiel? Cualquiera que sea el caso, el hecho de que la Menoráh fuera encendida para proveer luz durante las horas de oscuridad, debemos enfatizar que la luz de Yehováh nunca será opacada por las tinieblas; mientras Yisrael sea fiel al pacto, brillará como una luz para gloria del nombre de Yehováh.

La muerte del blasfemo

Los versos 10 al 16, nos narran el suceso mediante el cual el hijo de una mujer hebrea y un mitsrita (egipcio), maldijo a Yehováh. Evidentemente fue la primera vez que esto sucedió, y curiosamente lo hizo uno que no tenía padre hebreo. Habiendo consultado a Yehováh, el veredicto fue inapelable: Debía morir apedreado. ¿Es esto similar al pecado imperdonable? En cierto sentido Si. Blasfemar el nombre de Yehováh, significa que no se le reconoce como Autoridad Suprema ni como el Dios Verdadero. Una persona en tal condición, ha renunciado a la única posibilidad de salvación y por eso tal acción no tiene perdón, pues fuera de Yehováh no hay a quien acogerse.

Sin importar que el muchacho fuera de otra nación, al menos en parte porque su padre no era hebreo, el hecho de estar en medio de Yisrael, lo hacía responsable de honrar a Yehováh.

La Ley del Talión

Finalmente se nos menciona otra acción cuya penalidad es la muerte: el asesinato; es decir dar muerte a alguien de manera premeditada. Y a continuación se declara la forma en que deberán actuar los jueces ante diversas circunstancias. Ellos serán responsables de determinar el costo de un daño causado, para imponer el pago que el agresor debe hacer a su víctima.

Sin conocer la cultura hebrea, entendemos de manera literal lo que dicen estos versos. Pero esta es un figura que instruye sobre cómo valorar de manera equitativa el mal causado: Alguien le quebró un brazo a otro, no se trata de quebrarselo a él; sino de cuantificar el efecto de esa lesión, por cuanto la persona no podría trabajar hasta recuperarse; entonces el agresor debería pagar lo equivalente a ese trabajo que la persona dejaba de realizar. Otro caso era el de un ojo perdido o un diente, que nunca volverán a “salir”. Seguramente la pena era mucho más severa y resultaba más costosa.

Todo en su respectiva escala

Tengamos en cuenta que se hace una distinción entre humanos y animales. Matar injustamente a un animal requería la restitución del justo valor de ese animal en el mercado. Pero esto nunca se podrá hacer respecto a quitarle la vida a un ser humano premeditadamente. Esta distinción, que es muy evidente en la Toráh, se ha perdido en nuestra sociedad en la que múltiples personas gastan una gran cantidad de dinero y energía intentando salvar animales, pero ellas mismas están apoyando el aborto de bebés humanos – una forma de asesinato premeditado. Así es que, cuando desconocemos la Toráh de Yehováh, el valor de la vida disminuye y finalmente se pierde.

No perdamos de vista el llamado que nos hace nuestro Padre: Mantengamos la comunión con Él y seamos la luz que el mundo necesita.

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