Red heifer

Bemidbar 19:1 – 20:13 | Paráh adumáh

Parashá Trienal – Bemidbar (Números) 19:1 – 20:13

Nombre de la Parashá: Paráh adumáh – Una vaca roja
Lecturas Complementarias: Ezequiel 16:16-36 | Mateo 6:19-24

Siguiendo un recuento cronológico de los hechos, podemos darnos cuenta de que las últimas palabras registradas del pueblo fueron aquellas pronunciadas luego del juicio sobre Koraj:

Entonces los hijos de Yisrael clamaron a Moshé, diciendo: ¡He aquí perecemos! ¡Estamos perdidos! ¡Todos nosotros estamos perdidos! ¡Cualquiera que se acerca al Tabernáculo de Yehováh muere! ¿Acabaremos pereciendo todos?
Números 17:12–13

Cuando se resume la narración en este capitulo 19, casi toda aquella generación ya había muerto. Tal parece que quedaban unos cuantos: Moshé, Aharón, Miriam, Yahoshúa y Kaleb. En otras palabras no tenemos información detallada de qué sucedió desde entonces hasta ahora. Sin embargo el libro de Jeremías nos muestra indicios de que el pueblo pareció haber aprendido a andar en pos de Yehováh:

Anda y clama a oídos de Yerushaláyim, y dile: Así dice Yehováh: Acuérdome a tu favor de la ternura de tu juventud, del amor de tus desposorios, de tu andar en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada. Yisrael era santidad a Yehováh, primicias de su cosecha, quien osaba comer de ella lo pagaba, la calamidad venía sobre ellos: Oráculo de Yehováh. Jeremías 2:2–3

Sin embargo, no tenemos más información que la provista por estos libros que estamos estudiando. Entonces las instrucciones respecto de la vaca roja ó ternera alazana, nos hacen una conexión con los aspectos relacionados con la muerte de individuos del pueblo y la manera de purificarse, una vez entren en la tierra prometida.

Habló Yehováh a Moshé y a Aharón, diciendo: Este es el precepto de la Ley que Yehováh ha ordenado, diciendo: Di a los hijos de Israel que te traigan una ternera alazana, perfecta, en la cual no haya defecto, sobre la cual no se haya puesto yugo. Números 19:1–2

Este es uno de los estatutos más misteriosos, que nadie a través de las edades ha podido descifrar. Incluso se dice que el rey Sh’lomo (Salomón), se rindió ante su significado; pues a pesar de haber disertado sobre tanto otros asuntos, nunca pudo entender lo relacionado con este, y un midrásh (historia o cuento) del Talmud registra estas palabras como suyas:

Dijo Sh’lomo: He comprendido íntegramente todas las cosas; pero la sección de la Toráh que enseña sobre la vaca roja, la he investigado, he preguntado y la he examinado cuidadosamente y la puse a prueba con toda mi sabiduría, pero dije: Yo seré sabio, pero esto está más allá de mí.

Este es realmente un sacrificio fuera de lo común. Tenía que ser llevado a cabo fuera del Santuario, sus cenizas debían recogidas y conservadas para utilizar solo una muy pequeña porción de ellas mezcladas con agua en procesos de purificación, de manera que tales aguas purificarían todo aquello sobre lo que ellas cayeran, ya fueran personas o cosas. Sin embargo tanto el sacerdote que llevaba a cabo el sacrificio, como quienes las aplicaban, quedaban impuros y debían lavar sus ropas y bañarse, esperando hasta el final del día para ser limpios ritualmente.

El contacto con un cadáver es considerado del nivel: madre de las impurezas, porque no solo hace impura a la persona que lo toca, sino que quien tocare al impuro, también queda en esa misma condición. Es decir se transmite de una persona a otra por el simple contacto. Si una persona moría en una de las tiendas, (posteriormente en una de las casas), esta quedaba impura por siete días; y quien estuviera allí o entrara al lugar también quedaba en tal condición y entonces debía echar mano de las aguas de purificación, las cuales se preparaban con las cenizas de la vaca roja.

Una paradoja misteriosa

Lo extraño de todo este proceso, es que quien aplique las aguas, así esté limpio, adquiere la condición de impureza y deberá lavar sus ropas, bañarse y esperar a la noche para ser limpio de nuevo.

Recordemos que esta impureza ritual era una condición que solamente impedía el acceso al Templo o la participación de alimentos ofrecidos en sacrificio.  Pero era una responsabilidad de cada uno mantenerse puro todo el tiempo posible.

Consideremos por ejemplo, que el solo hecho de caminar sobre una tumba, en un cementerio, ya deja a la persona en condición de impureza; por eso casi todo el mundo ya sea por contacto directo o indirecto, hemos estado en tal condición de impureza;  y al no existir las aguas de la purificación, permanecemos impuros ritualmente por toda nuestra vida y aun por generaciones. Obviamente esto no tiene ningún efecto en el presente por cuanto ni hay Templo, ni ofrecemos sacrificios en él.

Ahora bien, para tener las cenizas de la vaca roja, no es necesario que haya un Templo; pero el Templo no puede existir sin las cenizas de la vaca roja, porque las aguas de la purificación que se preparan con sus cenizas, son indispensables para purificarlo, y así mismo sus utensilios y a las personas, tanto sacerdotes como levitas, que oficiarán en él. Entonces ante la perspectiva de reconstruir el Templo, lo primero que hay que asegurarse es de que ya hay una vaca alazana adecuada para llevar a cabo tales rituales. De otra manera aunque hubiese un edificio, de nada serviría.

El judaísmo interpreta la expresión “una novilla alazana sin defecto” como que el animal no solo no debe tener defectos físicos, como nosotros lo interpretamos, sino que además no tenga dos pelos negros juntos; los rabinos afirman que la palabras: “sin defecto”, hacen referencia al color, más que a otra cualidad; por eso son tan meticulosos en examinar al animal “con lupa” para asegurarse de que no tiene defecto alguno en ese sentido.

Para su información: alazán es sinónimo de rojo. Este color aparece múltiples veces en las Escrituras en relación con varias cosas: la sangre, las cortinas tejidas con hilos escarlata o rojos, la madera de cedro que es de color similar al de la vaca y se considera rojo (cedro rojo) y la tela escarlata que se usa el día de la expiación con las cabras, son algunos ejemplos. En el cercano oriente la gente cree que el color rojo aparta los malos espíritus. Pero las Escrituras asocian el color principalmente con la sangre para purificación: Isaías 1:18.

La ternera o vaca, debía ser sacrificada fuera del Templo; por eso el libro a los Hebreos en el NT compara el sacrificio de Yeshúa con el de la vaca alazana:

…por lo cual también Yeshúa, para santificar al pueblo por Su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos pues a Él fuera del campamento, llevando su oprobio. Porque no tenemos aquí una ciudad que permanece, sino que buscamos la que está por venir. Hebreos 13:12–14

Procedimiento

Si bien Eleazar supervisó el sacrificio de la primera vaca alazana, posteriormente en otras generaciones, los sacerdotes mismos se encargaron de tal tarea. Este debía entonces aspersar la sangre con su dedo siete veces  ante el Santuario, antes de quemar el animal; una vez realizada esta tarea, se quebraban y molían sus huesos hasta reducirlos a polvo, y entonces el sacerdote dividía las cenizas en tres porciones: Una permanecía en el Monte de los Olivos, otra era traída al Templo y la tercera era dividida entre los órdenes o grupos de sacerdotes para ser distribuidas a lo largo de toda la tierra de Israel. Así, estos las utilizarían para preparar aguas de purificación dondequiera que se necesitaran.

Una pizca de las cenizas se usaba con una gran cantidad de agua, la cual era eficaz. Tanto rendían estas cenizas que los registros de la Mishná cuentan que solo nueve vacas alazanas fueron sacrificadas desde los tiempos de Moshé hasta la destrucción del Segundo Templo. La décima vaca, que se espera sea sacrificada muy pronto, es un anuncio de la redención final de Yisrael.

Números 19:9

Nuestras biblias traducen incorrectamente: “agua para purificar por el pecado“; originalmente el texto no dice: “por el pecado”, sino “ofrenda de purificación“, que es muy diferente; pues no es pecado tocar un cadáver, ni caminar sobre una tumba.

Siete días de impureza

Aquí aparece otro misterio: ¿Por qué siete días? ¿Por qué ser rociado con las aguas al tercer día? ¿Y de nuevo al séptimo? Estas son simplemente instrucciones de nuestro Padre. Pero podemos especular un poco sobre su significado, ya que cuando pensamos en “tercer día” viene a nuestra mente la resurrección del Mesías; ¿podría ser entonces que esa aspersión es una figura de una purificación que se efectúa en todos aquellos que entramos en relación con Yeshúa? Si fuera así, tiene sentido que al séptimo día debe terminarse ese proceso. ¿Y qué nos viene a la mente cuando pensamos en séptimo día? Dos cosas: el Shabbat y el Séptimo Milenio. Podría ser entonces que quienes hemos iniciado el proceso “al tercer día” debemos mantenernos fieles hasta llegar al séptimo? Otro verso para revisar al respecto es Oseas 6:2.

Lo cierto es que muchos experimentan la limpieza que viene por medio de un encuentro con Yeshúa; pero pocos son los que siguen fielmente hasta el final… ¿Podría entonces aquél proceso, ser una figura de nuestro inicio y de nuestro peregrinar hasta el final? Como dijimos, es solo una idea que dejamos para su reflexión.

Después de 40 años… ¡más de lo mismo!

El capítulo 20 nos dice que Miriam murió. Allí la sepultaron y de nuevo el pueblo, la nueva generación que había crecido cuyos mayores al momento tenían 60 años y de allí para abajo todos los demás, se enfrentó con Moshé:

Y el pueblo contendió con Moshé, y hablaron diciendo: ¡Ojalá hubiéramos perecido cuando nuestros hermanos murieron delante de Yehováh! ¿Por qué, pues, trajisteis a la congregación de Yehováh a este desierto, para que nosotros y nuestro ganado muramos aquí? ¿Y por qué nos hicisteis subir de Mitsrayim para traernos a este lugar miserable? No es lugar de sementeras, ni de higueras, ni de viñas, ni de granadas, ni siquiera hay agua para beber. Números 20:3–5

¿No nos recuerdan estas palabras las quejas de los padres de estos, 40 años atrás? ¿Qué pasó? Bueno, Moshé también fue puesto a prueba con esta situación y también falló. La instrucción fue muy clara:

Toma la vara y congrega a la asamblea, tú y tu hermano Aharón, y hablaréis a la peña delante de los ojos de ellos. Y ella dará sus aguas, y les sacarás agua de la peña y darás de beber a la asamblea y a sus ganados. Números 20:8,

Moshé había sido instruido para golpear la Roca una vez en el pasado (Éxodo 17:6), lo cual es una figura exacta de los padecimientos del Mesías, quien sufriría por nuestras transgresiones una vez y para siempre. Esta vez, la instrucción fue diferente: solo debería hablar a la Roca. Pero Moshé golpeó la Roca dos veces; y peor aún, habló con soberbia al pueblo atribuyéndose la capacidad de darles agua (20:10). Como podemos ver, no fue una simple desobediencia o descuido.

“Al que mucho se le da, mucho se le demanda”. Al actuar así, Moshé representó mal a Yehováh y lo más grave: destruyó la sombra profética que representaba la Roca al golpearla de nuevo, como si el Mesías tuviera que sufrir varias veces por nosotros.

Encontramos en ésta situación un cuadro de nosotros mismos. Moshé había sido llamado para sacar a su pueblo de la esclavitud. Pero tanto Moshé como el pueblo eran responsables de mantenerse obedeciendo las instrucciones -Toráh- de nuestro Padre. Así mismo nosotros hemos sido rescatados, pero hemos de mantenernos obedientes a la Toráh – Instrucciones – de nuestro Padre, para poder ser luz como Él quiere que seamos.

Según el verso 20:13, estas fueron las aguas de Meribah de las cuales se hará mención en el Salmo 95:8.

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